La Casa de Asterión ya no es el lugar que alberga al temido Minotauro, o por lo menos no sólo eso. Es el lugar que todos voluntariamente habitamos para poder experimentar las gotas de libertad que hacen que nuestras vidas valgan la pena. Pero la libertad total, como la que tiene Asterión, también sugiere un aislamiento total. Él está más atrapado cuando está afuera en el mundo, en el mercado, donde debe asumir el rol de la bestia, el animal; no como quien realmente es sino cómo es visto y tratado por otros.
De vuelta en el laberinto él puede respirar de nuevo; pero el único aire que tiene para respirar es el de la sofocante soledad, uno que se vuelve tan inaguantable que él eventualmente ansía que lo liberen – una liberación que tiene un solo nombre, y ojalá menos puertas.
¿Redimido? Quizás. Eso depende de su punto de vista.
Si no redimido, claramente congelado en el tiempo –un gesto acuñado, un sonido, una imagen, una palabra; un cuento al cual siempre parecemos regresar, como si nunca pudiéramos realmente escapar del Minotauro en su Laberinto…